Que haya otro sol es menos extraño quizás, que no sentir el viento en la pared de álamos. Tomo como siempre la calle que bordea las chacras, menos peligrosa por el tránsito inescrupuloso de algunos corredores modernos.
Todos los regresos tienen un sabor dulce pero éste es distinto. Tan distinto, que cambiaría mis ideas sobre el mundo para siempre.
Siempre estuvieron lejos las grandes hazañas. Pequeñas incluso pero dotadas de estilo. Yo no tenía acceso al protagonismo en fiestas o eventos deportivos. Mis miserias eran, miserias. Y no las envolvían halos pintorescos ni excentricidades. Y en algún punto sabía que llegaría el momento en que sería yo, el portador de algunas comisiones de carácter emblemático.
Mis lesiones eran uñas encarnadas. Me paspaba. O me dolía la panza. O me golpeaban en la nariz y jugaba todo el partido con los ojos borrosos. O con un dedo hinchado. Mis compañeros tenían «distensiones». Y aparecían la fecha siguiente con una rodillera gigante, llena de cables y fierros. Y era hermoso verlos entrar emocionados por la vuelta. En la semana acudían a un traumatólogo que hablaba de «rehabilitación» y mi favorito: «ultrasonido». A mí me entraba tierra en el ojo. O me salía sangre y seguía en la cancha con un algodón en la nariz. Mis compañeros volvían después de unos minutos de atención médica, con una vincha, que el doctor ocupándose de lo estético del deporte, dejaba invadir por jopos de flequillo casi perfecto.
Mis dolencias carecieron siempre de glamour. Y no estaba mi queja erigida por sobre la performance de los muchachos, de hecho no era esto culpa de ellos. Hay cosas imposibles de razonar. Se ve bien uno en pantalones cortos, o no se ve bien.
Yo también disfruto de las ceremonias cuando estas no carecen de los detalles que las vuelven nobles y excéntricas. Pero yo nunca fui portador de aquellas contribuciones. No sé porqué pero antes de entrar a la cancha ya no estaba yo que el toque artístico, no me correspondía. Ya era una muestra fatal de mis torpezas sacarme los pantalones largos y que éstos se traben en el calzado. Tener que sentarme y con esfuerzos sobrehumanos desprenderme de este calabozo que es un pantalón que se abarrota, y se vuelve irrompible en ese preciso momento. Su elasticidad de pronto desaparece. El resto de los suplentes con la mano del técnico en la espalda, escuchaban sus indicaciones, ya en cortos, y el buzo de arriba salía sin que se despeinen y sin que se les suba la camiseta mostrando la panza. Qué afortunados son algunos y claro, no lo saben.
El tiempo de los deportes pasó y supe que era mejor correr. Correr y escapar de todo aquello. Correr y saber que no importan las vestiduras si uno llega donde se lo propuso. Y justo en el momento en que se confirman estas nuevas interpretaciones, todo cambia para siempre.
No aquí solamente por determinar una nueva sensación de alivio sino porque había vuelto a Allen. Y Allen, ya no estaba.–
«Otro sol V» – Autor: Gerardo del Brío. Publicado en el libro «Un hombre solo no puede hacer nada» (2013) Tinta Libre Ediciones. // Foto: Facebook / Google Street View.